Fracasos buenistas
Uno de los más graves desafíos que enfrentan los EEUU y el mundo entero, es el régimen islámico que gobierna Irán. El régimen de los ayatolás está muy cerca de construir armas atómicas. Si lo logra, las consecuencias serán impredecibles, porque son fanáticos terroristas cuyas acciones han provocado cientos de miles de víctimas desde que se instalaron en el poder en 1979.
Ellos respaldaron al criminal gobierno de Bashar al-Assad en la vecina Siria –junto con Rusia-, que asesinó a medio millón de personas y forzó el éxodo de millones. Armaron y dirigieron a los terroristas libaneses de Hezbolá, de Hamás en Gaza, los huties en Yemen, que atacan el tránsito en el Mar Rojo. Cometieron atentados terroristas en Buenos Aires, causando decenas de muertos. Oprimen bárbaramente a su pueblo.
El punto es que ese régimen terrorista existe gracias al gobierno de los Estados Unidos, concretamente debido a la política buenista del recientemente fallecido Jimmy Carter.
En Irán existía una monarquía constitucional. El sah, Reza Paleví, era un firme aliado de los Estados Unidos. En 1973, con el alza espectacular de los precios del petróleo, Paleví, nadando en dólares, empezó un rápido proceso de modernización, con poca eficiencia.
Típicamente, una modernización acelerada produce resistencia en los sectores más atrasados y conservadores, los más pobres. Eso fue aprovechado por los islámicos para organizar movilizaciones y revueltas contra el sah.
El asunto es que su principal aliado, EEUU, no solo lo dejó caer, sino que conspiró activamente contra él porque, estúpidamente, quería establecer una democracia al estilo norteamericano en Irán, un país con etnias, tradiciones e historia que hacen imposible ese propósito.
Como bien señaló la académica y diplomática norteamericana Jeane Kirkpatrick, en un artículo publicado en noviembre de 1979, pocos meses después de la caída del sah, la administración Carter “colaboró activamente en la sustitución de autócratas moderados amigos de los Estados Unidos, por autócratas menos amistosos y de corte extremista.” (“Dictaduras y Dualidad de Criterios”).
Y añade que los EEUU “por su propia falta de comprensión de la situación, habrán sido llevados a ayudar activamente a derrocar a un amigo y aliado de otro tiempo y a instalar un gobierno hostil a los intereses y políticas norteamericanos en el mundo. (…) no hay duda de que los Estados Unidos ayudaron a la salida del Sah.”
Henry Kissinger confirma eso. Sostiene que la llegada de los ayatolás al poder fue favorecida “por la disociación de Estados Unidos del régimen existente, en la errónea creencia de que el cambio que se avecinaba aceleraría el advenimiento de la democracia”. (“Orden mundial: Reflexiones sobre el carácter de las naciones y el curso de la historia”).
En síntesis, las opciones muchas veces no son entre democracia y dictadura, sino una “autocracia moderada”, amiga de EEUU, y una sanguinaria dictadura terrorista, enemiga de los EEUU. Gracias a Carter, esta última se impuso en Irán con las consecuencias que el mundo entero está pagando hoy.
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